domingo, 12 de agosto de 2012

La esquina de los árboles de las flores blancas

Están ahí, hace años quizás. Nadie, jamás, les presta atención. Sólo pasan por ahí, por la vida, perdiéndose toda la magia. Pero ella, ella los ve, los siente. ¡La magia de esas flores le hace tan bien! Esos árboles, que la saludan cuando pasa, casi le sonríen. Los pétalos blancos, rosados, que cubren el suelo de a partes, y las pequeñas flores en las ramas. Simulan ser de cerezo, pero no engañan a nadie, o nadie, jamás, les presta atención. Ella siempre las ve, bailando en las ramas, y cuando el viento las mueve. Sabe que no son de cerezo, pero no le importa. Son hermosas, para ella son el cielo.
Cuentan que, en esa esquina, cuando llega agosto y los árboles despiertan, y las flores llenan el suelo de blanco, hay magia. Que junto con los retoños de falso cerezo, florece el amor verdadero. Dicen que, si dos enamorados se besan en esa esquina, el amor es para siempre. Que esas flores, ayudan a la eternidad, a contagiar al amor; y, que si dos personas se abrazan ahí, el abrazo será perpetuo. Dicen. Y ella cree, ve, sueña. Se enamora de esa esquina, de esas flores. Allí, hasta el viento frío de los últimos días invernales resulta agradable, mágico. Debe ser el efecto primaveral de los pétalos, que saca sonrisas. Y ella se enamora. Se enamora, y sueña con besar y abrazar en esa esquina. Quiere su amor eterno, imperecedero, con él. Y lo sueña, y lo dice. Y espera, ese abrazo, en esa esquina. Ese beso, esa eternidad. Ese "para siempre"; escrito en el alma. Y lo quiere, mientras espera; lo enamora, se enamora. Se aman, y esperan; las flores siguen brotando de las ramas, prometiendo eternidad para otros enamorados. Sólo que nadie más que ella sabe el secreto que esconde esa esquina; nadie la mira, nadie se enamora de las flores como ella. Nadie, jamás, les presta atención.
El tiempo pasa, él se aleja; del cuerpo siempre, del alma, jamás. Y ella sigue soñando, con la eternidad. Sigue viviendo, sabiendo que todo es fugaz, hasta las flores lo son. Pero lo que ellas otorgan, esa fantástica inmortalidad que dan al amor, es lo que las mantiene por siempre vivas. Y  ella camina las calles, las otras esquinas sin flores, sin leyendas, donde los enamorados se besan, pero no pasa nada. Y pasa por la esquina de la eternidad y recuerda, recuerda y se enamora, y ama, extraña. Espera, siempre espera. Las flores siempre tan hermosas, pero nadie, jamás, les presta atención.

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