martes, 25 de diciembre de 2018

Manteca

Unta la manteca en la tostada,
bebe un sorbo de café y mira la hora.
El reloj avanza, con gotas de sangre colgando de las agujas.
El peso de la sangre las acelera,
comienzan a ir más y más rapido.
Ella sigue tomando el café, comiendo la tostada,
mirando el reloj.
El reloj sigue acelerado, y ella lo mira.
Se pierde, se confunde, no sabe quién es, qué hace.
Las agujas del reloj siguen acelerándose.
Y su corazón se detiene. Y muere.

jueves, 12 de junio de 2014

Patriotismo de temporada

El sujeto se pone sus jeans importados, sus zapatillas de moda, y se coloca, con falso orgullo nacionalista, la camiseta de Argentina. Corona su cabeza con una gorra de los Lakers, y sale a la calle con la cara pintada de celeste y blanco, a festejar la victoria de su "amada selección". Por un mes, se vuelve argentino por una razón más que la de haber nacido en estas tierras. Por un tiempo, siente orgullo de su nacionalidad. Pero sólo un mes, porque cuando termina el mundial, descuelga la bandera de la ventana, la guarda en el ropero, y sigue con su vida alquilada al consumismo; con sus zapatillas importadas, su gorra de la NBA, y su remera con leyendas en otro idioma. Vuelve a la vida normal, vistiendo ideales extranjeros.

jueves, 24 de abril de 2014

Cincuenta y tres

- Todavía me quedan cinco minutos. - pensó, mientras corría apresurada tropezando con los obstáculos de ropa sucia tirada en el suelo de la habitación. Se miró en el espejo para revisar su apariencia, como hacía siempre que iba a verse con él. El resto de los días no le importaba demasiado el aspecto de sus ropas, simplemente era una rutina el vestirse y maquillarse. Pero cuando él la esperaba, la rutina de todos los días se convertía en ritual. Se maquillaba y vestía con la solemnidad y esmero con que lo hace una actriz de cine, y salía a deslumbrar mujeres y hombres a su paso.
Su belleza era extraña, antigua, casi refinada. Tenía cejas finas y oscuras, ojos color pardo que se ocultaban detrás del incluso excesivo maquillaje, y sus labios pintados de color rojo resaltaban sobre la blanca piel. Su cintura redondeada recordaba la figura curvilínea de las mujeres de mitad de siglo y, a pesar de su escasa estatura, los tacos cumplían bien su función.
- Tres minutos. Tres minutos para peinar las marañas que tengo por cabellos - se dijo. Planchaba su pelo con rapidez mientras observaba su reflejo en el espejo del baño y, al finalmente admitir que no llegaría a peinarlo a tiempo, se colocó un pañuelo que le cubrió toda la cabeza dejando lugar sólo para su pequeño flequillo. Corrió a buscar su bolso a la habitación y, después de revisarse de reojo en el reflejo de la ventana, salió.
Afuera la esperaba él, puntual como siempre. La saludó con un suave beso en los labios, mientras colocaba las manos en su cintura. Le abrió la puerta del auto, mientras le daba una pequeña palmada en las nalgas, y tras cerrar la puerta, se subió al auto. Encendió un cigarrillo, y puso en marcha el vehículo, de camino al parque.
- ¿A dónde vamos hoy? - preguntó ella.
- Al parque - contestó él, fríamente.
La conversación no se extendió más allá de eso por un lapso de cinco minutos. Después, ella volvió a iniciar el interrogatorio:
- ¿Y qué vamos a hacer al parque? No debe haber nadie ahí. Además hace frío y ya casi es de noche.
- ¿Y qué importa? Vamos a pasear, necesito hablar con vos y no quería hacerlo en tu casa."
- ...
- Además, si tenías frío te hubieras abrigado.
- Bueno, no te enojes, sólo quería saber.
Los tres minutos restantes del viaje, ninguno de los dos formuló palabra. Cuando llegaron al parque, estacionaron en un lugar algo oculto entre unos árboles; el lugar estaba desierto. La luna ya asomaba hacía rato y el frío empezaba a sentirse cada vez más fuerte. Bajaron del auto y se sentaron en un tronco caído, a unos metros de dónde estaba estacionado el coche. Él la miraba de manera extraña, lasciva, como perturbado por algo que ella desconocía.
Ambos permanecieron en silencio por demasiado tiempo, era un silencio devastador, un silencio que a ella la aterraba. Sabía que algo muy malo estaba por suceder, pero no tenía las fuerzas ni la voluntad para salir corriendo de allí antes de que fuera tarde.
De repente, él se levantó y se dirigió hacía su auto. Ella no lo miraba, sólo estaba sentada en silencio, mirándose los dedos, pensando qué hacer, pero sin hacer nada. Después de un momento, se le acercó con un revólver en la mano, mientras ella lo miraba anonadada. Se quedó tiesa, esperando lo que sólo podía ser una cosa: su inminente muerte; y aguardó el instante en el que él apoyó el arma sobre su cabeza y tiró del gatillo.
La sangre, ya seca, cubría su pañuelo, lo empapaba, y el agujero que le atravesaba el cerebro ya se estaba llenando de gusanos cuando descubrieron su cadáver, cinco días después. Todas las miradas fueron puestas en él desde ese momento, aunque sin acusarlo directamente. Todo el pueblo se preguntaba qué podía haber pasado y, aunque nadie decía nada, todos lo miraban. Tres días después, tras aguantar con desesperación la pena por asesinar a su amada, se cansó. Tomó el mismo revólver que había usado para matarla, poética manera de morir, y se propinó un disparo en la sien.

sábado, 4 de enero de 2014

Oscuridad

La oscuridad
atrapante como el balanceo
de un péndulo eterno,
misterioso.
Protegiendo a los amantes,
liberando a la luna,
revelando a las estrellas;
sacando a los astros del constante letargo
de la luz citadina.
La fría negrura, amplia como la imaginación,
llena de monstruos,
peligrosa e inofensiva a la vez.
Hermosa oscuridad,
cómplice de miradas nerviosas, angustiantes,
expectadoras apasionadas del momento,
del calor.
Mil toques, dos mil besos,
en la noche.

jueves, 31 de octubre de 2013

Plenilunio

"Palabra extraña", pensó. Nunca se detuvo a pensar en eso antes, siempre fue una palabra más. "La forma elegante de decir 'luna llena'", se repitió. Luna llena, plenilunio, luna llena. Plenitud, grandeza, blancura de la luna. Astro que no lo es, cuerpo celeste radiante de luz, belleza, misterio. Plenitud plena como la de sus alas, hechas de luz y de sombra, expectantes siempre por el indicio del plenilunio; la noche de liberación. Porque sólo la noche de luna llena les era permitido salir, ser libres en brazos del viento para llenar el cielo de la noche con su hermosura.
Esa noche en particular era muy especial. La luna estaba en su punto más cercano a la Tierra, amarilla y grande como un sol. Era un sol frío, pero brindaba calor y magia a las alas. En las noches como esa podían volar más alto, conquistar el firmamento con total libertad. Tales crepúsculos la habían acobijado cientos de veces, mientras escrutaba la oscuridad en búsqueda de la presa, víctima de su beso de la muerte.
Por semanas, esperaba ansiosa la noche de luna llena. Con suerte, había vivido dos plenilunios en perigeo en toda su vida, y aún así era privilegiada entre los miembros de su especie. Sus sueños nocturnos eran poblados con visiones de libertad, alas y mágicas criaturas los habitaban, se comunicaban con ella en el lenguaje secreto de los ángeles. Ángeles oscuros, porque eran víctimas de una terrible maldición, más que bendición y, a la vez, dueñas de un tesoro alado que las hacía inmoralmente únicas. Inmoralidad vespertina, porque de día colgaban sus alas en la puerta del placard y salían a hacer las compras, se disfrazaban de personas y actuaban, fingían la moralidad de la eterna soltera casta, ama de casa, maestra de escuela, incluso doctora; practicaban la hipocresía de manera profesional.
Esa mañana, Luisa salió de su casa camino al trabajo, rutina habitual que se veía obligada a cumplir como parte del rito hipócrita de ser un ciudadano "útil" en la sociedad. Había caminado unos escasos metros de la puerta, cuando tuvo una epifanía, una revelación filosófica que la sacudió hasta los huesos, penetró en lo más profundo de su ser. "¿Por qué?". Esa mañana, por primera vez en su vida, se preguntó por qué. ¿Por qué seguir el mandato social que la convertía en un robot? ¿Por qué vivir una vida plagada de hipocresías sólo para satisfacer el deseo colectivo de volverla "normal"? No había caso en alimentar las apariencias, nadie creía su pequeño acto. Era consciente de las conversaciones susurrantes que desataba a su paso, entonces ¿para qué seguir intentándolo? No era normal, nunca lo había sido y nunca lo sería.
Volvió sobre sus pasos y entró nuevamente en la casa; ya no había nada para hacer. Esa misma tarde renunció a su trabajo sin dar explicaciones y regresó a la reclusión de su hogar. Durante las primeras semanas, todo el pueblo comentaba lo extraño de su accionar; lo atribuían a una depresión por falta de amor, o a una inminente mudanza fuera del pueblo. No había razones, pero Luisa se sentía feliz al fin; no más apariencias.
El plenilunio sería la noche siguiente, y no podía esperar para saciar su hambre. Se pasó el día preparando sus hermosas alas, las perfumó y las limpió. Cuando la luna apareció en el cielo nocturno, su grandeza le inundó el alma, la visión del enorme cuerpo amarillento la llenó de fuerza y ganas de volar. Abrió el placard, descolgó sus alas y se las puso. Bajo el oscuro firmamento, se vio su figura elevándose majestuosamente, mientras se alejaba escrutando el paisaje en busca de su próxima presa.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Elizabeth

Miró hacia el cielo, como lo había mirado por tantos años. Ese cielo tan celeste, manchado con nubes de color anaranjado, teñido por los últimos rayos del astro solar, que se despedía como lo hacía todos los días, con la promesa cumplida de antemano de que volvería. Miraba el cortejo celestial de dos gaviotas que la sobrevolaban, en círculos, como guiadas por el viento. Sentada en la arena seca, todavía tibia después del día de sol, esperaba la hora. En sus manos, el libro, o en su libro, las manos. Arrugadas, llenas de sabiduría, de golpes y de caricias que los años les habían dado. Manos ásperas, pero suaves, de esas manos de anciana que tienen mil historias para contar, que dieron caricias y brindaron ayuda, manos amables. Tocó la arena por milésima vez, como un ritual de cada atardecer. La tibieza del toque le recordó otros toques, toques de arena, de agua, de piel.
Miró hacia la casa, arriba, desde donde él la miraba. Ella le devolvió la mirada, y él se acerco. No se dijeron nada, pero ambos sabían que la hora ya se acercaba. Después de una vida juntos, las miradas les bastaban, eran su idioma, el lenguaje del amor que compartían. Se tomaron las manos, y miraron juntos la despedida del sol. Había sido un día hermoso, pensaron, para ellos todos los días lo eran.
Cuando se conocieron, hacía cincuenta años, él tenía treinta y tres, y ella veintitantos. Él era un poeta, ella una soñadora. En realidad, ambos eran lo que el otro era. Se conocieron en una biblioteca, pequeño paraíso que los dos compartían. Su amor comenzó intensamente, para luego profundizarse; eran el uno para el otro. Compartieron sueños y anhelos, su vida fue una aventura que decidieron vivir juntos. Rodeados de las cosas que amaban, los libros, el arte, la música, veían lo bello del mundo en las insignificancias que otros ignoraban. El canto de las aves, el aroma de las flores, eran su combustible. Para ellos, cuando estaban juntos, el mundo era hermoso.
Ese día, después de tantos años, se encontraban en el lugar que habían imaginado juntos. El sonido del mar era ahora su pan de cada día, no podían imaginar otra cosa mejor. Cuando él le tomó la mano, ella lo miró a los ojos, los mismos ojos que había mirado y amado durante cincuenta años. Esos ojos eran su perdición, su talón de Aquiles, ese color avellana inundaba sus pupilas como un río desbordante, los amaba. Amaba todo de él, sus manos sabias y pacíficas, su sonrisa desmesurada, que inundaba su rostro de afabilidad, y la hacía sonreír también. Habían sido compañeros incondicionales toda su vida, y ambos sabían que la hora había llegado.
Lo miró, con aire de tristeza, pero con tranquilidad. El mar de sus ojos siempre le daba la paz. Apretó su mano con fuerza, para evitar soltarla, y miró por última vez el atardecer. Los rayos de luz atravesaban las nubes e iluminaban sus ojos, que reflejaban colores anaranjados y se manchaban de sol. Dejó el libro a un costado, y se abrazó al amor de su vida. Mientras se asomaba la noche, el calor solar se iba, y también el calor de la vida en ella se atenuaba. Era la hora. Miró por última vez a su amado, y con el último haz de luz, dejó caer su mano sobre su regazo y yació.

viernes, 4 de enero de 2013

Sunshine

Camina sola
bajo la luz del sol
quemándose los pies descalzos.
Zapatos rotos de  caminar,
siempre sola,
sonriéndo con su locura.
Y el sol iluminando
sus rojos cabellos
que brillan como el fuego
del mismo sol que la alumbra.
Quemándose los pies descalzos,
bajo la luz del sol,
camina sola.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Flotando

La duda que dejaste detrás tuyo,
cuando te fuiste;
en Agosto, dijiste, quizá un poco después,
qué más da.
Si hasta el vapor del café me recuerda a vos;
hasta mis ojos me torturan, viendo recuerdos
en todos lados,
por donde pasamos,
los besos que me diste,
las canciones que cantamos;
y los poemas que te escribí.
Por momentos se me olvida estar triste,
luego, tu rostro...
Y la incertidumbre, el gris,
como esos días de verano
en que es de noche y está de día.
Dudo hasta de mi propia sombra,
y la razón de seguir viviendo, ¿sin tu amor?
¿sin vos?
Ya no está. Te fuiste o, no sé,
y yo quedé sola, flotando.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Soul, paper

Repito sus frases en mi mente.
Como si fueran rezos.
Como si tuvieran sentido.
Palabras al azar; para llenar mi mente
vacía de pensamientos.
O para plantar la semilla.
Ahora crecen. Y pienso,
¿por qué antes no pensaba?
Y miro por la ventana.
Y veo el cielo gris; y pienso
en salir del encierro, en sentirme...
free.
En caminar por la plaza, y que
el día siga tan sepia.
Y mi mente escupe pensamientos.
Bajan por mi lengua, se rehúsan a salir;
siguen por las arterias, al brazo,
al lápiz, al papel.
Soul, paper.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Seguir extrañando

Miro la ventana,
el cielo a través de ella.
Está gris, como mis ojos.
Mis ojos que extrañan verte,
que ilumines con tu mirada
lo insípido de mi paisaje.
Mis ojos que añoran color,
saberte cerca.
Miro la ventana,
los árboles a través de ella.
Tiemblan de frío, como mi cuerpo.
Mi cuerpo que extraña tocarte,
que abrigues con tu abrazo
lo frío de mi humanidad.
Mi cuerpo que implora calor,
tenerte cerca.
Cerrar los ojos e imaginarte,
soñar.
Y esperarte, toda la vida.

domingo, 26 de agosto de 2012

"Te quiero" (te extraño)

Tengo un "te quiero"
atravesado en los labios.
Te está esperando,
quiere que lo vengas a buscar.
Que rompas la distancia con
otro beso, u otro abrazo;
sólo uno más, seguido de muchos más.
Para saciar la sed, llenar el vacío
que soy yo sin vos;
romper los muros, quebrar distancias.
Si ya sabemos que cuando estamos juntos,
el espacio y el tiempo no son nada.
Patéticas estructuras al lado de nuestro amor,
que es eterno.
Que no conoce de espacio, ni tiempo, ni final.
Que todavía nos quedan tantos muros por romper,
distancias por quebrar.
Tanto amor para amar.
Y yo, con mi "te quiero" atravesado en los labios.
Y vos allá, lejos.

lunes, 13 de agosto de 2012

La música del recuerdo

Se miró las uñas; rascó el pedacito de piel que quedaba como suelto, ajeno al dedo, a la uña, a todo. Miró las letras dibujadas sobre el esmalte, y se preguntó por qué le gustaría tanto pintarse las uñas. Quizás era una manera más de pasar el tiempo sin pensarlo, sin extrañarlo tanto. Y la música del piano la ponía triste. En parte porque no sabía tocar, se sentía tan mediocre; y porque además, lo extraña.
Con cada nota aguda que escucha, está un poco más cerca de la primera lágrima. Podría detener la canción, pero no tiene ganas; la música le da ganas de llorar, nostalgia, pero también le trae paz. La aísla del mundo, la lleva con él. Y le hace sonreír. Y piensa que podría escuchar la misma canción para siempre. La disfruta, le da sueño. Le hace dudar de sí misma también, pero no es una duda peligrosa. Y sigue mirándose las uñas, que quedan de pasada para que los ojos las visiten cuando van a mirar al papel. Casi no piensa lo que escribe, pero se escucha leyéndose en su mente; un cuarto vacío, con una pared pintada de color magenta, un silloncito antiguo, y la foto de él colgada en la pared. Mira la foto, con los ojos de la imaginación, y lo recuerda. Es difícil la distancia cuando dos personas se quieren tanto; y es peor cuando sueñan tanto, porque imaginan.
Siempre se sintió, por así decirlo, privilegiada de tener una imaginación tan volátil. Sería que los años de niñez aislada, leyendo, habían servido de algo. Ahora podía imaginar tan fácilmente. La imaginación es muy buena compañera del recuerdo; y ella recordaba, lo recordaba. Lo dibujaba en su mente, cantando, cantándole a ella. Y la sonrisa se le escapa. Es que lo quiere, y sueña. Recuerda abrazarlo por la espalda mientras lo escuchaba cantar. Recuerda, y sueña con abrazarlo nuevamente, en lugares nuevos; donde estén sólo ellos y su soledad de a dos, que no es tan sola, y menos cuando esos dos son ellos, que se quieren tanto. Se encuentra sonriendo, mientras rememora, se enamora. Siempre soñando, a pesar de la lejanía, siempre soñando.
El piano seguía tocando, pero ya no era triste. Ahora tenía los labios felices, aunque la lágrima seguía esperando salir. Disfrutaba de su solitud, porque no estaba tan sola. Aún si estuviese completamente sola, sabía que no estaba sola; lo tenía a él. O tenía su amor por él. Pero ese saber que en el mundo había alguien con quien podía soñar, la hacía sentir acompañada. Quizás no sonriera más por hoy pero, algún día cuando siguiera soñando, con él a su vera, la sonrisa iba a volver. Y en ese día, se quedaría para siempre. Mientras soñaba.

domingo, 12 de agosto de 2012

La esquina de los árboles de las flores blancas

Están ahí, hace años quizás. Nadie, jamás, les presta atención. Sólo pasan por ahí, por la vida, perdiéndose toda la magia. Pero ella, ella los ve, los siente. ¡La magia de esas flores le hace tan bien! Esos árboles, que la saludan cuando pasa, casi le sonríen. Los pétalos blancos, rosados, que cubren el suelo de a partes, y las pequeñas flores en las ramas. Simulan ser de cerezo, pero no engañan a nadie, o nadie, jamás, les presta atención. Ella siempre las ve, bailando en las ramas, y cuando el viento las mueve. Sabe que no son de cerezo, pero no le importa. Son hermosas, para ella son el cielo.
Cuentan que, en esa esquina, cuando llega agosto y los árboles despiertan, y las flores llenan el suelo de blanco, hay magia. Que junto con los retoños de falso cerezo, florece el amor verdadero. Dicen que, si dos enamorados se besan en esa esquina, el amor es para siempre. Que esas flores, ayudan a la eternidad, a contagiar al amor; y, que si dos personas se abrazan ahí, el abrazo será perpetuo. Dicen. Y ella cree, ve, sueña. Se enamora de esa esquina, de esas flores. Allí, hasta el viento frío de los últimos días invernales resulta agradable, mágico. Debe ser el efecto primaveral de los pétalos, que saca sonrisas. Y ella se enamora. Se enamora, y sueña con besar y abrazar en esa esquina. Quiere su amor eterno, imperecedero, con él. Y lo sueña, y lo dice. Y espera, ese abrazo, en esa esquina. Ese beso, esa eternidad. Ese "para siempre"; escrito en el alma. Y lo quiere, mientras espera; lo enamora, se enamora. Se aman, y esperan; las flores siguen brotando de las ramas, prometiendo eternidad para otros enamorados. Sólo que nadie más que ella sabe el secreto que esconde esa esquina; nadie la mira, nadie se enamora de las flores como ella. Nadie, jamás, les presta atención.
El tiempo pasa, él se aleja; del cuerpo siempre, del alma, jamás. Y ella sigue soñando, con la eternidad. Sigue viviendo, sabiendo que todo es fugaz, hasta las flores lo son. Pero lo que ellas otorgan, esa fantástica inmortalidad que dan al amor, es lo que las mantiene por siempre vivas. Y  ella camina las calles, las otras esquinas sin flores, sin leyendas, donde los enamorados se besan, pero no pasa nada. Y pasa por la esquina de la eternidad y recuerda, recuerda y se enamora, y ama, extraña. Espera, siempre espera. Las flores siempre tan hermosas, pero nadie, jamás, les presta atención.

sábado, 26 de mayo de 2012

Casi, equilibrio

Salió de la casa, con su música, su boina afrancesada, su corazón danzante. El cielo estaba gris, pero casi no parecía. La llovizna, delgada y mojada, le humedecía el pelo; pero casi ni cuenta se daba. Caminaba con el paso acelerado, feliz, casi flotaba; el mundo estaba gris, pero ella tenía su color. Pasó por los mismos lugares de siempre, pero la soledad de las calles nunca le pareció tan agradable. Susurraba canciones, pegando pequeños saltitos cada vez que daba un paso. Sabía que el sol estaba detrás de las nubes, y que la razón de su pequeña alegría estaba sólo a unos cuantos metros de distancia. Cuando al fin llegó, llevaba el corazón en la mano, y un beso colgando de los labios. Sus manos se juntaron con las de él, y el universo se alineó en un instante perfecto con la sinfonía de sus corazones acelerados y nerviosos. Un sólo momento de tensión, dio lugar a la increíble libertad que experimentaban. Sin máscaras, todo lo que sentían encajaba como piezas de un rompecabezas que sólo estaba esperando ser armado. El brillo de sus ojos, y su eterna sonrisa eran signos claros de la felicidad que experimentaban en ese instante. El velo que antes los había separado, desaparecía para liberarlos de las cortezas tras las cuales, otrora, se ocultaron. El cielo sobre ellos se volvía celeste, mientras el resto del mundo continuaba con su gris melancolía. El universo al fin se había unido a su favor para darles el perfecto equilibrio.

martes, 10 de abril de 2012

Color

- ¿De qué color son mis ojos?
- Eh, dejame ver...
- ...
- (Son del color de lo lindo, color avellana, y miel, y amor. Son del color de la sonrisa que esbozo al verte; del brillo de mis ojos cuando te ven. De ese color que tiene el alma ilusa, del color del amor platónico, amor más real que muchos, imposible como pocos. Color de dolor, de tristeza como la que se siente cuando llega el atardecer, tristeza incomprendida. Esa tristeza al terminar un libro, tristeza de niño que deja escapar el hilo que lo ata a su globo. Color de ilusión, y sueños, y delirios de futuro. Tienen el color del sonido de tu voz, radiante, tímida, pacífica. El color de la canción que nos gusta; color de notas que hablan más que los colores mismos. De nuestras miradas nerviosas, sostenidas por apenas 3 segundos, o menos. De mirar como se miran los amores imposibles. Aquellos que saben que son, pero que no pueden ser. Ese color de tardes de sol, de verde césped, de charlas vacías, llenas de sentido. Color de adioses secos, para no alargar la despedida. Color de adiós desinteresado, descolorido, falso. Color de adiós que no quiere ser. De adiós que quiere ser hasta luego. Despedidas ilusas. Algún día; esperame. Algún día tus ojos tendrán el color de amor de presente. De amor tangible, memorable, existente. Color de amanecer, de promesa, de buen día. No más color de adiós. Algún día, esperame.) Creo que son color avellana. ¿Por qué decís?
- No, por nada. Preguntaba.

viernes, 2 de marzo de 2012

Rojas como el vino, sus manos manchadas de sangre retiraron el cuchillo de su pecho. Alcanzó a ver, en el instante de agonía, su mirada llena de dolor y decepción. Durante meses, sin haber llegado al acto mismo de homicidio, cada palabra que él decía auguraba el futuro cercano, la muerte.

viernes, 10 de febrero de 2012

Piano

El silencio que me atormenta,
me despierta,
me enmudece,
se calla.
El silencio que se hace espeso,
el olor a soledad.
Un piano cubierto de polvo
acallando mis gritos;
llenando el espacio de silencio.
Belleza inútil,
sola.

lunes, 17 de octubre de 2011

Hipnósis

Caminó por la calle, en dirección hacia donde había escuchado el sonido. Atravesó la plaza, dio una mirada distraída a la pareja que se encontraba sentada en un banco, hasta que descubrió de donde provenía la música. A medida que se acercaba, su curiosidad crecía, junto con las preguntas que se agolpaban en su mente. ¿Quiénes era aquellas personas? Su aspecto desalineado le llamaba la atención, y el sonido que salía de sus tambores la hipnotizaba como en una extraña ceremonia tribal, convirtiéndola en la víctima de un horrendo pero atrayente sacrificio. Sus ropas eran incluso más extrañas, los colores atraían la vista, causaban un efecto placentero, pero también la mantenían en alerta.
De pronto vio que uno de ellos la estaba mirando. Sus ojos eran extraños, irresistibles, aterradores. Quiso alejarse, pero no pudo; el poderoso hechizo que la música ejercía sobre ella, no la dejaba pensar. Sabía que en minutos se convertiría en una de ellos, y no le molestaba. Es más, ser prisionera de tan bella libertad, le atraía más que nada en el mundo. Siguió mirando esos ojos tan misteriosos, tan azules, tan profundos; se dejó llevar en el imparable vórtice que le representaban. La música que antes la atrajo, la aprisionó, le puso fuertes cadenas en las manos, ahora la estaba liberando. Se sintió liviana como una pluma, tan liviana como el aire, pero pesada como si toda la fuerza de la gravedad existente se ejerciera sobre ella. Las lágrimas bajaban por su rostro, algunas de felicidad, otras de tristeza; quién iba a decir que la libertad se sentía tan rara.
La luz del sol en su rostro le daba un aspecto casi angelical; ¿o era su belleza? Tenía los ojos cerrados y bailaba al ritmo de la música; rodeada por tambores y músicos, en medio de una extraña ceremonia tribal, víctima de un horrendo pero atrayente sacrificio. Sólo habían pasado veinte minutos desde que escuchó el cántico por primera vez, pero le parecieron horas. El estado de hipnosis en el que se encontraba no le permitía pensar con claridad, su mente se encontraba en blanco. La gente que pasaba por la calle miraba sin comprender, acaso la considerarían cautiva de una locura; locura en la que ella era libre.
Sus parpados permanecían cerrados, pero los ojos de su alma estaban más abiertos que nunca. Se veía a sí misma, danzando, saltando, sus pies descalzos en la arena de una playa desconocida. Movía su cabeza hacia arriba, rotándola como en un círculo infinito. De su boca salían notas, de su interior, como el aire que exhalaba. Sus pies se movían con la gracia de los dioses, al tiempo que, con las manos, dibujaba arabescos en el aire. La metamorfosis estaba llegando a su punto final; el último halo de vida humana se despedía de su cuerpo y pasaba a convertirse en un ser celestial, dotado del talento con el que los ángeles realizan las melodías celestiales.
Levantó los brazos hacia el cielo; en puntas de pie intentó alcanzar las estrellas, soñó que volaba, que no había cielo, el cielo estaba en ella, ella era el cielo, la hermosura infinita y la eterna libertad. Voló, imaginó, sintió la brisa en su rostro y la luz del sol iluminándola. Se encontró a si misma reproduciendo ritmos monótonos, atrayentes, hipnotizantes. Se vio atravesar la plaza, dar una mirada distraída a la pareja sentada en un banco, divisar el origen de la música. Vio crecer su curiosidad, se vio entrar en un eterno pero atrayente sacrificio del cual ella era la víctima. Se vio siendo liberada por un hermoso y poderoso hechizo; liberada por la música.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Soy como soy

Soy como soy
Estoy hecha así
Cuando tengo ganas de reír
Me río a carcajadas
Amo al que me ama
Acaso es culpa mía
Que no sea siempre el mismo
El que amo en cada ocasión
Soy como soy
Estoy hecha así
Qué más pretendéis
Qué más queréis de mí

Estoy hecha para gustar
Y no hay nada que hacerle
Mis tacones son muy altos
Mi cuerpo muy erguido
Mis pechos muy firmes
Mis ojeras muy profundas
Pero después de todo
Qué puede importaros
Soy como soy
Gusto al que le gusto
Qué puede importaros
Lo que me sucedió
Si amé a alguien
Si alguien me amó
Como los niños que se aman
Simplemente saben amar
Amar amar…
Por qué hacerme preguntas
Estoy donde estoy para gustaros
Y no hay nada que hacerle.

Jacques Prévert

domingo, 4 de septiembre de 2011

One

Una noche.
Una salida.
Un forastero.
Una pelea.
Una mirada.
Una palabra.
Un golpe.
Un cuchillo.
Una herida.
Un charco de sangre.
Un grito de auxilio.
Una muerte.
Una lágrima.
Una mirada.
Una palabra.
Mucho dolor.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Abandono

De repente te perdí.
De un instante a otro no estabas más.
Te tenía y ya no te tengo.
Me tenías y dejaste de querer tenerme.
Me faltaba una parte de mí.
Dolía el pecho…las lágrimas brotaban incontenibles.
Todo se caía.
Todo se derrumbaba.
No aguanté el encierro y salí.
Y los autos seguían pasando…
La gente iba y venía como siempre…
El sol estaba allá arriba, igual que ayer y que mañana…
El río estaba quieto, como cuando lo miramos juntos.
Una alfombra de césped me invitó a recostarme
Comenzaron a salir las primeras estrellas…
Y detrás de ellas todas las demás.
Brillaban como nunca… o como siempre
Tanto como antes de conocerte
Igual que brillaran dentro de un tiempo
Nada se caía…
Nada se derrumbaba…
Todo seguía en perfecto equilibrio.
Los autos, la gente, el sol, la luna, las estrellas.
Solo que yo no tenía…lo que en realidad nunca tuve.
Todo sigue
Como siempre
Y yo soy parte de ese todo
Con mi sol, mi luna y mis estrellas
Mi sueños intactos
Mi corazón abierto
Con una herida imaginaria que solo sangra si quiero.
Y ya no quiero.
Me regalo una sonrisa….la merezco
Me levanto, me sacudo el polvo y sigo andando
La sonrisa se hace risa
El paso se hace carrera
Lo más lindo de la vida está adelante…
Y que se vaya todo a la concha bien de su madre.

Fabio Fasaro (ni puta idea de quién es)

miércoles, 31 de agosto de 2011

Ruleta rusa

Un sótano oscuro,
en una calle desierta,
en una ciudad fantasma.
Dos personas sentadas
alrededor de una mesa,
con la muerte girando, lenta,
y la vida, pendiente de un hilo.
El azar manejando el juego;
adrenalina y endorfinas liberadas.
La vida, en un suspiro,
y la muerte, en un disparo.

martes, 30 de agosto de 2011

Cicatrices

Después de bañarse, secó lentamente su cuerpo y se sentó frente al espejo, desnuda. Miró la cicatriz que atravesaba su cuello; el doloroso recuerdo ligado a ella apareció como una fotografía. Mientras peinaba su cabello, observó cada detalle de su cara, las marcas que al lado de la de su cuello parecían insignificantes. Cicatrices y recuerdos reflejados en su mirada. Se vistió y ató su pelo con un broche antiguo. El delicado vestido estampado con flores desmarcaba su figura curvilínea, la convertía casi en misterio. Sus piernas morenas cubiertas hasta la rodilla, adornadas con un tatuaje en el tobillo. Mientras se maquillaba, pensó en escribir una carta, sólo que no supo a quien. Sus ojos color miel, manchados con verde, saltaban detrás de las pestañas peinadas con rímel. Los labios, rosas como una flor en primavera. Desde la distancia, su figura resaltaba en la ventana. Se pintó las uñas delicadamente, tomó su bolso, y salió. El sol de verano calentaba bastante, a pesar del inminente ocaso. El aire de mar le secó los labios, y su pelo tan cuidadosamente peinado, quedó desalineado y desprolijo. Miró hacia el horizonte y pensó en cuánto le gustaría poder tomar fotos con sus ojos. Luego caminó hacia la playa, tomó un puñado de arena en su mano derecha, y lo arrojó al viento. Llegó hasta la orilla del océano, pateó una ola traviesa que salpicaba sus piernas, y se fue bordeando la costa, en dirección al sol.

Sábados

Ahí está otra vez, sola. Las lágrimas que brotan de sus ojos, como un mar, bañan sus mejillas. La soledad, como un puñal en su corazón, las lágrimas como la sangre. Pretende no sentir, pero muere por dentro. Estuvo tanto tiempo ausente que ya dejó de ser extrañada, a nadie le importa, ni siquiera a ella misma, o eso intenta creer. Pero todos los sábados, en su eterna soledad, su llanto inunda la habitación, que se opaca, junto con su hermosura. Cada sábado, ella muere un poco más.

lunes, 29 de agosto de 2011

Las hojas muertas

 Oh, me gustaría tanto que recordaras
Los días felices cuando éramos amigos...
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol brillaba más que hoy.
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo...
¿Ves? No lo he olvidado...
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo
Los recuerdos y las penas, también.
Y el viento del norte se las lleva
En la noche fría del olvido
¿Ves? No he olvidado
la canción que tú me cantabas.


Es una canción que nos acerca
Tú me amabas y yo te amaba
Vivíamos juntos
Tú, que me amabas, y yo, que te amaba...
Pero la vida separa a aquellos que se aman
Silenciosamente sin hacer ruido
Y el mar borra sobre la arena
El paso de los amantes que se separan.


Las hojas muertas se recogen con un rastrillo.
Los recuerdos y las penas, también.
Pero mi amor, silencioso y fiel
Siempre sonríe y le agradece a la vida.
Yo te amaba, y eras tan linda...
Cómo crees que podría olvidarte?
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol brillaba más que hoy
Eras mi más dulce amiga,
Mas no tengo sino recuerdos
Y  la canción que tú me cantabas,
¡Siempre, siempre la recordaré!




Jacques Prevért - Soleil de nuit (1980)